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sábado, 27 de febrero de 2016

Opinión: Qué hay para aprender de la OMU

Por: Maximiliano Cortés
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La OMU (Organización de Micronaciones Unidas) supo ser la organización más inclusiva y activa del micronacionalismo hispano allí por los primeros años de su creación, pero adquirió con el tiempo la reputación de ser una organización elitista e inactiva, pese a seguir ejerciendo un rol valioso entre sus miembros.


En diciembre de 2009 se fundaba la OMU, con la premisa de integrar a micronaciones de todo el mundo, sea cual fuere su lengua, ideología política, modelo de Estado, o proyecto micronacional (sean digitalistas o somatistas, simulacionistas o no - entre tantas otras dicotomías que luego sirvieron para dividir al micronacionalismo, y afortunadamente tienden a desaparecer ya). En los primeros meses micronaciones mayoritariamente hispanas, pero también lusófonas y anglófonas, integraron la organización, en la que contribuyeron más de 50 micronaciones hasta ahora.

Desde sus inicios, este organismo estuvo atravesado por cierta incertidumbre respecto a temas como las funciones específicas que debía cumplir (hubo numerosos debates del estilo "¿Para qué sirve la OMU?") y quiénes debían entrar a la misma ("¿Qué es una micronación? ¿Qué es seriedad?"). Hacia 2011 la organización ya estaba mucho mejor encaminada institucionalmente, aunque estos temas fundamentales seguían pendientes. Con los años, y tras intentos infructuosos de establecer un sistema económico único, un sistema educativo unificado, entre otras iniciativas que buscaban integrar a micronaciones diversas bajo una estructura demasiado definida, lentamente se abandonaron las pretensiones de forjar a la OMU como una organización totalizadora de la actividad intermicronacional por la imposibilidad de tal empresa, como lo demostraron una y otra vez las interminables discusiones que pocas veces confluyeron en algún lugar. Como consecuencia, también hubo una paulatina disminución de la actividad en los espacios del organismo, dentro del cual se debatió cada vez menos y sobre menos cuestiones. Sin embargo, lejos de significar un fracaso o un proceso de decadencia (como nosotros mismos creímos, y respecto a lo cual no pudimos hacer nada), vemos ahora que quizá se trató de un proceso de "purificación", de decantación natural.

Por estos meses la OMU está cumpliendo ya los 7 años. El tiempo permite ver hacia atrás de forma más global, alejarse de los pormenores que torcieron el rumbo de la organización en épocas determinadas, para ver las tendencias generales que siempre gobernaron su actividad. El 2015 marcó una nueva instancia de debate respecto a la organización después de mucho tiempo, pero si en otros momentos este debate fue quizá consecuencia de una inquietud respecto a la falta de orientación o de actividad, esta vez se trató de una necesidad muy real que reveló una característica esencial de la OMU, que siempre existió y es de vital importancia: su papel como garante de la paz entre sus miembros.

Este papel es producto de una actitud colectiva de los miembros inclinada hacia la paz y el orden, actitud quizá idiosincrática, que se remonta a la fundación. En sus primeros meses, antes de terminar de resolver cuestiones sobre su estructura interna, y antes incluso de resolver un estatuto general definitivo, la OMU ya tenía resuelta una postura colectiva de repudio ante la guerra, un mecanismo de regulación de fronteras y territorios, y derechos específicos de las micronaciones; sea por la razón que sea, los miembros prefirieron empezar por ceder derechos y apostar al bien común como grupo antes de hacer cualquier otra cosa. Por otro lado, esto se hizo a través de mecanismos profundamente democráticos, lo cual ocasionó innumerables desacuerdos, frustraciones y retrasos, pero impidió el surgimiento de privilegios que pudieran causar conflictos internos.

El respeto por la paz y las instituciones siempre fueron ampliamente mayoritarios, si no unánimes, y prueba de ello fueron los conflictos originados alrededor de micronaciones como Cantabria, el Imperio Destroy, o la URSSV, entre otras. Todos estos conflictos fueron resueltos desde la institucionalidad más estricta, y salvo el primer caso, en el que se utilizaron "fuerzas de paz" simbólicas, se renunció para siempre a toda mención relativa al uso de la fuerza como medio para la resolución de conflictos.

La estrategia preferida fue desde temprano el inmediato aislamiento diplomático y cese de comunicaciones; apostando a la necesidad de atención que tienen por definición las micronaciones belicosas - contrario a lo que pasa con micronaciones serias, que por tener actividad interna pueden subsistir sin relacionarse con otros -, se logró eliminar efectivamente del panorama micronacional, sin excepción, a aquellos que intentaron sembrar el conflicto y la agitación entre naciones. Esto resultó mucho más efectivo que la política de repudio adoptada anteriormente, que por el contrario alimentó el ego de los agresores. Tras la desaparición de la URSSV, este sencillo mecanismo de defensa estaba tan consolidado que una gran cantidad de micronaciones directamente rebotaron contra la ley al menor intento de afectar a la organización; y al estar integrada la OMU por la mayoría de las micronaciones hispanas activas, el aislamiento surtía un efecto real, disminuyendo dramáticamente el reconocimiento hacia los agresores, y frustrando cualquier posibilidad de ataque, lo que los hacía renunciar a la idea de usar el micronacionalismo como fuente de blancos potenciales.

Por qué esto es importante hoy

Esto podría parecer algo simple y hasta se podría dar por sentado, pero en 2015 demostró ser de importancia cuando CELTIC (una micronación rechazada por la OMU ni bien apareció en 2012 junto con varias otras, y que nunca había pasado de ser una anécdota), usando de excusa supuestos excesos de otra micronación poco seria, logró generar una triste crisis diplomática que consumió innecesariamente energía y recursos de varias micronaciones durante meses, tanto nuevas como antiguas, las cuales alimentaban a una micronación "troll" que se agrandaba con cada publicación en su contra. En una época en la que creíamos que se había erradicado este mal, el micronacionalismo hispano se había rebajado de nuevo a pelear guerras simuladas, participar de conquistas, espionaje y amenazas. La OMU pudo recurrir a su táctica habitual, pero ésta no podría haber tenido efecto alguno cuando ya no poseía la legitimidad ni la cantidad de miembros requerida para tratar de desalentar este tipo de prácticas dudosas, como sí las tuvo años antes.

El de CELTIC fue un episodio con principio y fin, y sin mayor importancia pasadas las cosas, pero que nos recuerda que si se cede siquiera un centímetro ante este tipo de comportamientos, la importancia y frecuencia de estas crisis vergonzosas podrían terminar por incrementarse. Y lo que es más, esto ya ha pasado, y en ciertas épocas en las que las "guerras" y el conflicto sin sentido se multiplicaban por su efecto incendiario y viral, excelentes micronacionalistas desilusionados con este chiste en el que se había convertido el micronacionalismo hispano lo abandonaban, enterrando sus proyectos y el potencial que con ellos se podría haber liberado.

El mundo micronacional en el que vivimos puede ser muy diverso: hay verdaderos proyectos independentistas, naciones culturales, entidades económicamente independientes, proyectos artísticos, modelos de simulación para evaluar políticas alternativas; e incluso pueden ser simplemente formas de expresión personal, que dan voz a ideas políticas y sociales propias, contrarias a las dominantes, materializándolas en un país de fantasía. En todos los casos, se trata de iniciativas con valor, pues todas ellas plantean, ya sea de forma comprometida o casual, estructurada o imaginativa, puntos de partida para reflexionar sobre en qué sociedades vivimos y cuál es nuestro papel en ellas. Para ello, el micronacionalismo ofrece una flexibilidad y una libertad que no existe en ningún otro lugar.

Como micronacionalistas no tenemos por qué afiliarnos a micronaciones cuyos objetivos distan de los nuestros propios, pero creo en cambio que sí deberíamos aliarnos para hacer frente a quienes atentan contra el avance del micronacionalismo en su conjunto. Quienes aparecen buscando jugar a juegos de guerra, ofender a otros micronacionalistas, provocarlos o dificultar de cualquier manera la cooperación micronacional no tienen ningún lugar entre nosotros, los que buscamos desarrollar de una u otra manera proyectos constructivos.

La OMU tiene en claro eso; sabemos que muchos aparecen para causar discordia e irse, quizá porque les resulta divertido y tiene efecto inmediato. Y sabemos que ante ello tenemos que tomar precauciones, por lo cual refinamos con los años un sistema de ingreso que suele filtrar, salvo raras excepciones, sólo a quienes no presentan garantías de tener buenas intenciones o de tener un proyecto micronacional más allá de la diplomacia (lo cual en efecto puede propiciar actitudes arriesgadas, porque cuando no hay proyecto, no hay nada que perder al atacar a otros).

Por eso quizá se nos ve como elitistas, porque la OMU no es en realidad para todos; sino que es exclusiva para todos aquellos que demuestren que quieren cooperar en la construcción de un entorno libre de conflicto, en el que la actividad y la unión de todos los micronacionalistas pueda prosperar. Porque para llegar a 7 años de vida tuvimos que saber detener a quienes podrían haber significado un peligro para la organización, y por extensión para todos los miembros. Y si bien es cierto que las micronaciones miembro sufran de inactividad severa por épocas, eso no impide que ante el surgimiento de una crisis los mecanismos institucionales se activen inmediatamente y con la misma eficiencia de siempre, lo que demuestra el acierto que significó incluir especialmente a micronacionalistas comprometidos con la paz.

Por alguna razón parte de la historia micronacional reciente se perdió en el tiempo, y muchas micronaciones hoy por hoy difícilmente sepan algo sobre estos sucesos pasados, pero "quien no conoce su historia está condenado a repetirla". Parecía increíble volver al pasado, pero ya sucedió una vez. La OMU es una organización en lento crecimiento, y a la que todavía le quedan quizá muchas cuestiones por resolver. Pero creo que va por buen camino, y de su historia y su práctica actual se pueden aprender muchas cosas importantes, cuya vigencia se mantiene intacta hoy en día.

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